El uso de la ejecución formal como castigo se remonta prácticamente a
los principios mismos de la historia escrita. Muchos registros
históricos, así como prácticas tribales primitivas, indican que la pena
de muerte ha sido parte de los sistemas judiciales desde el principio de
la existencia de los mismos; los castigos comunitarios incluían
generalmente compensación por parte del infractor, castigo corporal, repudio, exilio y ejecución. Sin embargo, en comunidades pequeñas, los crímenes suelen ser raros, y el asesinato resulta ser casi siempre un crimen pasional.
Por esa razón las ejecuciones y el exilio solían ser castigos muy
infrecuentes. Usualmente se solía emplear la compensación o el repudio.
Sin embargo, estas no son respuestas eficaces cuando el crimen es
cometido por individuos ajenos a la comunidad. En consecuencia, todo
crimen, por pequeño que fuera, tendía a ser considerado como un ataque a
toda la comunidad si era cometido por un extranjero, y era castigado
con severidad. Los variaban, desde golpizas hasta esclavitud
u homicidio. Sin embargo, la respuesta a crímenes cometidos por tribus o
comunidades vecinas incluían disculpas formales, compensaciones o
incluso venganzas.
Cuando no existe un sistema de arbitraje entre familias o tribus, o,
existiendo, dicho sistema falla, se producen disputas familiares o
«vendettas». Esa forma primitiva de justicia era común antes de la
aparición de los sistemas de arbitraje basados en Estados o en la
religión organizada. Podía desembocarse en su uso por crímenes, disputas
de tierra o la aplicación de códigos de honor:
«Los actos de venganza resaltan la habilidad del colectivo social de
defenderse a sí mismo, y demuestran a sus enemigos (así como a los
aliados potenciales) que los daños a las propiedades, derechos o
personas miembros de dicho colectivo no quedarán impunes». Sin embargo, en la práctica suele ser difícil distinguir entre una guerra de venganza, pensada como castigo por una ofensa, y una de conquista.
Las formas más elaboradas de arbitraje de discusiones incluían
condiciones y tratados de paz hechos con frecuencia dentro de un
contexto religioso, con un mecanismo de compensación también de base
religiosa. Se basaba la compensación en el principio de «sustitución»,
que podía incluir compensaciones materiales en ganado o esclavos,
intercambio de novias o novios, o pago de la deuda de sangre. Las
normas de cada tribu o sociedad podían permitir que se pagara la sangre
humana derramada con sangre animal, que se compensara con dinero de sangre,
o en algunos casos, exigir el pago mediante el ofrecimiento de un ser
humano para su ejecución. La persona ofrecida no tenía porqué ser el
perpetrador original del crimen, ya que el sistema se basaba en las
tribus, no en los individuos. Las disputas de sangre podían ser
resueltas durante reuniones periódicas, como el holmgang en los Things vikingos.
A pesar de su origen primitivo, los sistemas basados en disputas de
sangre pueden sobrevivir de forma paralela a otros sistemas legales más
modernos, o ser incluso aceptados en juicios —por ejemplo el caso de los
juicios por combate—. Una de las formas modernas más refinadas de la disputa de sangre es el duelo.
En ciertas partes del mundo emergieron naciones con la forma de repúblicas, monarquías u oligarquías
tribales. Estas naciones solían unirse mediante lazos comunes
lingüísticos, religiosos o familiares. La expansión de este tipo de
naciones solía darse por conquista de tribus o naciones vecinas. En
consecuencia, emergieron varias clases de realeza, nobleza, ciudadanía y
esclavitud, por lo que los sistemas de arbitraje tribal tuvieron que
modernizarse para formar un sistema de justicia que formalizara la
relación entre las distintas «clases» dentro de la misma sociedad, en
lugar de entre distintas «tribus» relativamente independientes. El
primer y más famoso sistema de justicia conocido para este nuevo tipo de
justicia es el Código de Hammurabi, que establecía penas y compensaciones de acuerdo con las distintas clases o grupos sociales de las víctimas y los infractores.
La Torá (ley judía), también conocida como el Pentateuco (el conjunto de los cinco primeros libros del Antiguo Testamento cristiano), establece la pena de muerte para el homicidio, el secuestro, la magia, la violación del shabat, la blasfemia y una amplia gama de crímenes sexuales, aunque la evidencia sugiere que las ejecuciones en realidad eran raras Tenemos otro ejemplo en la Antigua Grecia, en la que el sistema legal ateniense fue escrito por primera vez por Dracón hacia el 621 a. C.;
en él, se aplicaba la pena de muerte como castigo por una lista
bastante extensa de delitos (de ahí el uso moderno de «draconiano» para
referirse a un conjunto de medidas especialmente duro).
De manera similar, en la Europa medieval, antes del desarrollo de los modernos sistemas de prisiones, la pena de muerte se empleaba de manera generalizada. Por ejemplo, en los años 1700 en el Reino Unido
había 222 crímenes castigados con la pena capital, incluyendo algunos
como cortar un árbol o robar un animal. Sin embargo, casi
invariablemente las sentencias de muerte por crímenes contra la
propiedad eran conmutadas a penas de traslado a una colonia penal, o algún otro lugar donde el recluso debía trabajar en condiciones muy cercanas a la esclavitud
A pesar de lo extendido de su uso, no eran extrañas las proclamas a favor de su reforma. En el siglo XII, el académico sefardí Maimonides escribió: «Es mejor y más satisfactorio liberar a un millar de culpables que sentenciar a muerte a un solo inocente».
Maimónides argumentaba que ejecutar a un criminal basándose en
cualquier cosa menos firme que una certeza absoluta llevaba a una
pendiente resbaladiza de onus probandi
decreciente, hasta que al final se estaría condenando a muerte «de
acuerdo con el capricho del juez». Su preocupación era el mantenimiento
del respeto popular por la ley, y bajo ese punto de vista, creía que
eran mucho más dañinos los errores por comisión que los errores por
omisión.
Los últimos siglos han sido testigos de la aparición de las modernas
naciones-estado, que traen consigo el concepto fundamental e ineludible
de «ciudadano». Eso ha provocado que la justicia se asocie cada vez más
con la igualdad y la universalidad (la justicia se aplica a todos por
igual), lo que en Europa supuso la emergencia del concepto de derecho natural.
Otro aspecto importante es la emergencia de las fuerzas de policía e
instituciones penitenciarias permanentes. En este contexto, la pena de
muerte se ha ido convirtiendo en un factor disuasorio cada vez menos
necesario para la prevención de delitos menores como el robo.
El siglo XX ha sido uno de los más sangrientos de la historia de la humanidad. Las guerras
entre naciones-estado han supuesto la muerte de millones de personas,
una gran parte de las cuales fallecieron a consecuencia de ejecuciones
masivas, tanto de combatientes enemigos prisioneros como de civiles.
Además, las organizaciones militares modernas han empleado la pena
capital como médio para mantener la disciplina militar. En el pasado, la
cobardía, la ausencia sin permiso, la deserción, la insubordinación y el pillaje eran crímenes que en tiempo de guerra solían castigarse con la muerte. El fusilamiento
se convirtió en el principal método de ejecución en el ámbito militar
desde la aparición de las armas de fuego. Así mismo, varios estados autoritarios: por ejemplo, varios con regímenes fascistas o comunistas:
han usado la pena de muerte como un potente método de opresión
política. En parte como reacción a este tipo de castigo excesivo, las
organizaciones civiles han empezado durante este siglo a poner un
énfasis creciente en el concepto de los derechos humanos y la abolición de la pena de muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario